Una de las confusiones más grandes que existen respecto a las energías masculina y femenina es que la energía masculina es solo de los hombres y la energía femenina es solo de las mujeres. O peor aún: que una mujer con energía masculina es poco femenina, o que un hombre con energía femenina es poco masculino. Todos estos conceptos de hombre, masculinidad, mujer, femineidad, hacen que perdamos de vista el sinfín de cualidades que las energías masculina y femenina tienen, y que nos quedemos atrapados en las simples apariencias. Para empezar, ninguna de estas energías es exclusiva de un género: absolutamente TODAS las personas tenemos ambas energías dentro nuestro, y si bien es cierto que hay quienes tienen una tendencia hacia lo masculino o lo femenino, solo podemos llegar al máximo de nuestras capacidades al balancear ambas energías.
Que alguien sea hombre o mujer no tiene nada que ver con el balance energético que hay en su espíritu: los roles de género nos han hecho creer esto, y necesitamos eliminar por completo esta creencia para poder entender lo que la divinidad masculina y la femenina representan. Todas las personas –en nuestra verdadera esencia– más allá del cuerpo estamos conformadas por energías tanto masculinas como femeninas. A la energía masculina se le atribuyen las cualidades que la sociedad ha intentado forzar en todos los hombres: confianza en uno mismo, capacidad de proveer, poder transformador, extroversión, guiarse más por la lógica y los hechos que por la intuición y las corazonadas. Por otro lado, se espera que las mujeres sean más emocionales, creativas, introvertidas, colaborativas y con sentido de comunidad, cualidades propias de la energía femenina.
Podemos ver a simple vista que todas estas características son muy buenas: desafortunadamente, los exagerados roles de género han hecho que muchas personas piensen que estas no son características de la energía, sino del genero. Creemos que todas las cualidades de la energía masculina son exclusivas de los hombres, y las de la energía femenina, exclusivas de las mujeres. Esto, al final del día, no solo no tiene sentido porque no somos nuestro cuerpo, sino que la historia y la naturaleza han demostrado en incontables ocasiones que cualquier persona puede tener cualquiera de estas cualidades –o todas–. El principal problema es que cuando pensamos que ciertas cualidades son exclusivas de un género, inmediatamente detenemos nuestro desarrollo y nos limitamos a nosotros mismos.
Para entender mejor cómo es que ambas energías son parte de toda persona tenemos que saber de dónde es que nosotros recibimos o canalizamos esta energía. Toda persona, además de tener un cuerpo físico, tiene un cuerpo energético que está conformado por siete “órganos” o centros energéticos –los chakras– a través de los cuales la energía espiritual fluye dentro del cuerpo y le da vida. Éstos están distribuidos a lo largo de nuestra columna vertebral, con el primero encontrándose en la base y el séptimo en la coronilla. De estos siete centros energéticos, el primero, tercero y quinto nos proveen de energía masculina, mientras que el segundo, cuarto y sexto, nos dan la energía femenina. En el séptimo chakra ambas energías se encuentran en un balance y es por eso que cuando logramos equilibrar a la perfección ambas energías dentro nuestro, nos volvemos en el ser más elevado de todos: un ser iluminado.
Conforme vamos evolucionando, vamos integrando cada vez más las cualidades de ambas energías: desarrollamos más nuestro lado masculino, nos llenamos de confianza en nuestra persona, tenemos la energía y el poder para salir y conseguir lo que queremos, somos capaces de comunicar lo que pensamos y lo que sentimos. Pero si tenemos un exceso de estos atributos entonces nos volvemos soberbios y ególatras, creemos que todo nos pertenece y tomamos lo que no es nuestro sin importar las demás personas, y hablamos como si nosotros tuviéramos la verdad absoluta y la ultima palabra. De la misma manera, integrar la energía femenina nos da una fuerte inteligencia emocional, nos permite generar relaciones saludables con nosotros mismos y nuestro entorno, y hace que nuestra intuición se vuelva más poderosa y acertada.
Pero si nos vamos al exceso de esta energía podemos volvernos incapaces de gestionar nuestras emociones a tal punto de que nos abruman y nos gobiernan, generamos mucho apego a las personas, y creamos en nuestra mente miles de escenarios de cómo creemos que serán las cosas, muchas veces basados en nuestros miedos e inseguridades más que en la intuición. Claramente ambos excesos son muy peligrosos, así como las deficiencias: sin la energía masculina vamos a tomar un rol sumamente pasivo, solo como espectadores de nuestra vida. Y sin la energía femenina, nos vamos a desconectar de la creatividad, la empatía por los demás, y de nuestros sentidos extrasensoriales –la intuición o la clarividencia– y nos volveremos en robots que solo van y hacen las cosas por hacerlas, sin darles un significado que nos de sentido y dirección.
En realidad, podemos en cualquier momento desarrollar cualquiera de estas energías: basta con identificar dónde hay un exceso y trabajar por equilibrarlo. Por ejemplo: si nos damos cuenta de que en las conversaciones queremos siempre ser el centro de atención, podemos practicar la escucha activa. Si solemos planear mil cosas con nuestra creatividad pero se quedan como planes dentro de nuestra mente, podemos trabajar en hacer un plan en el que realicemos las cosas a nuestro ritmo, pero sin quedarnos solo con las ideas. Estas energías son literalmente el ying y el yang del espíritu humano: cuando hay mucho de una, hay poco de la otra y viceversa. La clave está en trabajar por crear un balance energético: debemos usar la energía femenina para crear en nuestra mente la vida que deseamos, usando nuestras emociones como guías y apoyándonos de nuestras relaciones.
Y también debemos tener la confianza en nosotros para saber que podemos lograr lo que nos propongamos, debemos aplicar la energía necesaria para crear lo que queremos, y necesitamos estar constantemente externando nuestras ideas para que no se queden dentro nuestro. Mantener el equilibrio energético es estar en constante cambio: es literalmente como las olas del mar. Avanzamos, llegamos lejos, logramos nuestros propósitos; después, regresamos a nosotros mismos, hacemos introspección, reflexionamos. Mantener este ciclo nos permite encontrarnos en un flujo armónico con la vida, lo cual va a propiciar que las cosas fluyan y no se queden estancadas. Siempre que nos estanquemos en una de las dos energías, van a haber problemas, y la prueba más clara de todas está en lo que le está sucediendo a la humanidad.
En los últimos años hemos visto que la energía femenina se está manifestando con mayor intensidad que nunca, debido a que como especie estuvimos miles de años atascados en la energía masculina. Todo se ha tratado de “la supervivencia del más fuerte” y de solo hacer y hacer y hacer cosas sin voltear a ver a nuestro entorno y ver cómo lo estamos afectando. El exceso de actividad y la urgencia de transformar nos ha impedido darnos cuenta de que es urgente que reflexionemos acerca de nuestras prioridades y darnos cuenta de hacia dónde nos estamos encaminando. Siempre es un buen momento para revisar qué energía ha estado predominando en nosotros, y planear acciones para regresar al balance. Solo cuando aceptamos incondicionalmente que somos seres mucho más complejos que lo que vemos a simple vista y reconocemos que somos mitad energía masculina y mitad femenina es que podemos aprovechar al máximo estas cualidades para crear la vida que deseamos.
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