Hace algunos días vi una publicación de una psicóloga, en donde le decía a las personas que la siguen –entre ellas, sus pacientes– que está bien no perdonar. Leer esto de una profesional de la salud mental me preocupó, pues son ellos quienes deberían estar diciendo exactamente lo contrario. Recomendarle a alguien que no perdone y que viva con resentimiento es uno de los peores consejos que podemos dar, y es por eso que decidí hacer esta publicación.
El perdón no es algo que se da o no se da; no es un interruptor con el cual ya perdonaste y todo quedó sanado. El perdón es un estado mental, y como todo estado mental, se cultiva dentro de nosotros y nosotros somos la primer persona con la que lo ponemos en práctica. Es un hecho que solo podemos ser con los demás como somos con nosotros mismos, y el primer perdón genuino que todos experimentamos, es justamente el perdón a nosotros mismos.
Todos tenemos cosas por perdonar, y se vuelve evidente cuando nos damos cuenta de que vivimos con negatividad que viene de alguna herida del pasado que no hemos sanado. Todo resentimiento, coraje, tristeza, y en resumen: cualquier sensación desagradable, viene de un pasado que no hemos perdonado, y por lo tanto, no lo hemos sanado ni lo hemos dejado ir. El adiestramiento de la mente para aprender la cualidad del perdón, comienza con aprender a dejar ir.
Aprendiendo a dejar ir
A lo largo de nuestra vida, experimentamos cosas con las que más adelante nos identificamos. Por ejemplo: una persona traicionó mi confianza, luego entonces, me identifico con ser una persona a la cual han traicionado y que probablemente volverán a traicionar. Con el paso de los años, nos casamos con esta idea de nosotros mismos, la cual solo puede ser cambiada si perdonamos a la persona que nos traicionó.
Esto es así debido a que nuestro ego, la parte de nosotros encargada de darnos una idea de nosotros mismos, de los demás y del mundo, se aferra fuertemente a todos los conceptos con los que se identifica. Tengo una publicación en donde hablo más acerca del ego, y te recomiendo que la leas para aprender más del tema. Vivir sin la capacidad de soltar aquellas experiencias que nos hicieron generarnos un concepto de nosotros mismos, es vivir sin saber perdonar.
En el ejemplo de la persona que nos traicionó, podemos vivir contándonos esta historia en donde esa persona es la malvada, nosotros somos la víctima, y por ello, tenemos derecho a ponernos nuestra etiqueta de “FRÁGIL – VÍCTIMA DE TRAICIÓN”. Nos es sumamente fácil tomar la postura de la víctima y literalmente vivir nuestra vida a partir de ella, justificando todas nuestras actitudes destructivas con nuestro pasado, el cual no hemos perdonado.
Hay un dicho que dice “el resentimiento es como tomar veneno, esperando que le haga daño a la otra persona”; con el ejemplo anterior lo vemos claramente. Si no perdonamos la traición entonces nos identificamos con ella, no la dejamos ir, la volvemos parte de nosotros, y vamos por la vida siendo la pobre víctima de una traición. Obviamente es válido sentirnos mal por situaciones así, pero hay una diferencia abismal entre sentirnos mal, buscar el aprendizaje en la experiencia y seguir adelante, y aferrarnos a lo que nos pasó y dejar que nos defina.
Decirle a alguien que “no es necesario perdonar” es como decirle “sigue aferrándote a lo que te hace daño, ¡lo estás haciendo muy bien!”. Ahora que tenemos una imagen un poco más clara acerca de cómo el hecho de no perdonar nos hace daño a nosotros mismos, limitando a la persona en la que podríamos convertirnos por seguir aferrados a la persona que éramos cuando algo o alguien nos lastimó, podemos hablar acerca de cómo perdonar.
Desarrollando la mente del perdón
Como ya mencioné, el perdón es un estado mental. No es un botón dentro de ti que presionas y listo, has perdonado. El perdón es una virtud, es una cualidad de una mente que comprende que todo lo que vemos e interpretamos como una agresión personal, no es más que un error humano. ¿Conoces a una persona que nunca se haya equivocado? Porque yo no, y hasta donde yo sé, esa persona no existe. Empezar por el entendimiento de que todos cometemos errores es un buen primer paso.
Volviendo al ejemplo de la traición: supongamos que esta persona nos traicionó un par de veces, y nosotros con nuestro buen corazón (y nuestra mente empoderada), decidimos pasar por alto la primera, segunda, y tal vez tercera traición. Si nos traicionan una cuarta vez, usualmente utilizamos el argumento de que esa persona tuvo muchas oportunidades de hacer las cosas bien y decidió no hacerlas, luego entonces, no merece ser perdonada.
Y aquí es donde hay una de las más grandes confusiones respecto al perdón: pensamos que si perdonamos a alguien, entonces le abrimos otra vez la puerta a nuestra vida y le damos autorización de que nos traicione nuevamente. La verdad es que podemos perdonar, pero aún así decidir mantenernos alejados de la persona o la situación que nos hizo daño. Pero esto solo es posible cuando somos capaces de entender por qué la persona actuó de la manera en la que lo hizo.
Vivimos obsesionados con nosotros mismos, con nuestra historia, con nuestras emociones, y esto hace que sea más complejo el ver la imagen completa y entender las causas que llevaron a la situación que necesitamos perdonar. Si nos ponemos en los zapatos de la otra persona, se puede volver evidente –en algunas ocasiones– el por qué actuó de la forma en la que lo hizo. Independientemente de si las razones son obvias o no, podemos poner en práctica uno de los razonamientos espirituales más poderosos de todos: entender que toda persona actúa todo el tiempo de la mejor forma en que puede hacerlo.
Literalmente todos estamos en un proceso evolutivo; estamos aprendiendo, y no podemos molestarnos con alguien por estar aprendiendo a ser mejor persona. La compasión es precisamente eso: entender que toda persona actúa de la mejor forma en que puede hacerlo, dado su contexto. Todos estamos en un punto de la evolución de nuestro espíritu que nos hace actuar de la forma en la que lo hacemos; entender esto nos genera compasión por los demás.
Tal vez la persona que nos traicionó solo ha conocido la traición en su vida; tal vez se sienta tan mal por dentro, que la única alternativa que percibe es la de hacer sentir mal a los demás para aliviar el malestar. Cuando quitamos nuestra atención de nosotros y la llevamos al prójimo, intentando entenderle y ser empáticos con él, podemos comenzar a suavizarnos por dentro, y a desarrollar el estado mental del perdón.
Solo perdonando es que verdaderamente nos liberamos del pasado. El perdón tiene el poder de cambiar el mundo: no solo el nuestro, sino también el de los demás. Perdonar es una cosa increíble, pero también lo es ser perdonados. Si todos comenzáramos a ver sin juicio a los demás, encontrando en ellos a una persona muy similar a nosotros mismos, con defectos que nos han llevado a cometer errores, vamos a poder –entre todos– construir una sociedad en donde toda persona entienda lo que es la compasión y el perdón.
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