¿Sabías que la persona promedio tiene alrededor de 60,000 pensamientos al día, muchos de los cuales son subconscientes? Es decir, nuestra mente va saltando de pensamiento en pensamiento a una velocidad superior a la de la luz, y lo malo es que ni siquiera sabemos de dónde provienen la mayoría. Pero eso no es todo; no solo estamos constantemente pensando sin cesar y sin saber de dónde provienen o por qué tenemos la clase de pensamientos que tenemos, sino que muchos ni siquiera nos damos cuenta de que todo el tiempo estamos pensando.
En el sistema en el que vivimos no se nos suele enseñar ni a ser conscientes de nuestros pensamientos, ni a tener pensamientos de naturaleza positiva. Hay quienes pueden vivir su vida entera sin siquiera sospechar que es posible adiestrar a la mente al punto de que no tengamos pensamientos, y de que cuando los tengamos, sean exclusivamente positivos. Esto es algo preocupante debido a que la única forma de ser verdaderamente felices es aprendiendo a controlar nuestra mente. Es un hecho que si no se tiene paz mental, entonces no se tiene felicidad. Lo bueno es que todas las personas tenemos la capacidad de volvernos maestros de nuestra mente.
Lo primero de lo que quisiera hablar es acerca de por qué nuestros pensamientos suelen ser negativos. Todos nosotros tenemos un ego; es la parte de las personas encargada de darnos un sentido del yo. Es decir, nuestro ego es la persona que creemos ser, y con base en este concepto de nosotros mismos, es que percibimos y le damos sentido al mundo. Tengo una publicación en donde explico a profundidad al ego, puedes leerla si te interesa saber más de este tema. Una de las principales funciones del ego es protegernos de aquellas situaciones que percibimos como peligrosas para nosotros.
El ego es útil cuando vamos creciendo puesto que nos hace conscientes de las cosas que nos hacen daño, así como los objetos muy calientes o puntiagudos, sin embargo, hay un momento en el cual el ego se vuelve contraproducente. Debido a que en nuestro desarrollo experimentamos cosas que nos hacen sentir mal, así como la decepción o la traición, nos creamos un mecanismo de defensa para evitar esas situaciones en el futuro. No obstante, con el paso del tiempo nos vamos identificando con estos mecanismos de defensa, hasta el punto que creemos que somos nuestro ego.
Por ejemplo: digamos que en algún momento de nuestra vida le dijimos a alguien que nos estaba haciendo sentir mal con la forma en la que nos trataba. Entonces, esta persona reacciona de muy mala manera. Tal vez nos agrede verbal o incluso físicamente. Nuestro ego se da a la tarea de crearnos una defensa para procurar que esto no vuelva a pasar. Así, generamos una creencia: “es peligroso decirle a la gente cuando nos está haciendo sentir mal”. Más adelante, pensamos que eso es una regla de la vida, así que integramos esa idea a nuestra realidad.
Cómo el ego nos mantiene presos de los mismos patrones
Como nuestro ego está constantemente al acecho del peligro, basándose en las experiencias previas que nos lastimaron, entonces estamos todo el tiempo pensando en los posibles escenarios en los que las cosas podrían salir mal. Eso lo hacemos sin darnos cuenta; por eso se le llaman pensamientos subconscientes, porque no somos conscientes de ellos. Además, cuando tenemos una mente totalmente descontrolada –que es el caso de miles y miles de las personas–, no somos capaces de analizar nuestros pensamientos e identificar de qué experiencia del pasado provienen, sino que solo los experimentamos.
En la publicación que tengo acerca de La Evolución de la Mente explico esto: casi todos nacemos sin saber cómo funciona nuestra mente. Por ello, no sabemos que podemos cuestionar nuestros pensamientos y cambiarlos. Simplemente los damos por hecho, los tomamos conforme llegan, y los experimentamos físicamente como si fueran una realidad. Cuando pensamos en escenarios negativos, nos ponemos ansiosos o tristes; por otro lado, pensar en cosas positivas nos ponen de buen humor. Si no sabemos controlar nuestra mente, todo lo que pensemos tiene un efecto inmediato en el cuerpo.
Y es así que nos vamos acostumbrando a vivir la vida como si nuestros pensamientos fueran reales. Pensamos en un escenario que nos hace sentir de cierta forma, luego en otro, luego en otro, y así estamos constantemente, creyendo que esa es la única forma de vivir. Y el principal problema es que es imposible ser realmente felices hasta que aprendemos a ponerle un alto a todo esto. Pero como ya mencioné, tenemos la fortuna de contar con la capacidad de ponerle un alto y de desarrollar nuestra mente al punto de que experimentemos paz mental y felicidad verdadera todo el tiempo.
El estado innato de nuestra mente es de quietud y armonía. Date cuenta de cómo todas las emociones son pasajeras: la ira, el deseo, la tristeza, la emoción… ninguna de estas están todo el tiempo. Por lo tanto, no son una parte propia de nosotros. Imaginemos a la mente como un terreno en donde se siembran plantas. Cada una de las plantas es una emoción; es evidente que las plantas NO son el terreno. El terreno está ahí, independientemente de lo que se siempre en él. Se le pueden sembrar plantas increíbles, o puede ser infestado por una plaga, pero la naturaleza del terreno no cambia.
Siempre que estamos relajados y libres de estímulos, es posible que nos demos cuenta de que no nos sentimos de alguna forma en específico. Simplemente estamos en paz; cuando se van todas las emociones y los pensamientos, algo de lo que toda persona ha tenido al menos un atisbo en su vida, no hay nada. Hay un vacío lleno de quietud y armonía, y es esa la naturaleza de la mente. El primer paso para dejar de pensar y tener salud mental es conocer cuál es la verdadera esencia de nuestra mente. En todo momento, la paz mental está ahí –al igual que el terreno del ejemplo–, pero a veces nos enfocamos tanto en las emociones/en lo que está sembrado, que se nos puede olvidar que el terreno o la paz mental siempre están ahí.
Lo único constante es la calma
La única constante de la mente es la calma; obviamente se puede ver perturbada por distintas cosas, pero al final del día siempre está ahí. Una vez que nos hemos dado cuenta de esto, podemos dar el siguiente paso hacia la paz mental: familiarizarnos con la calma de la mente. Vivimos tan acostumbrados a involucrarnos tanto con nuestras emociones y pensamientos, que se nos olvida que más allá de ellos hay algo más, esto es, la armonía y la quietud. Pero existe una técnica milenaria, que literalmente se ha pasado de generación en generación, con el único fin de ayudarnos a reconectar con nuestra paz interior: la meditación.
Hay un sinfín de formas de meditar y hablar de ellas requiere otra publicación; aquí solo explicaré por qué la meditación es, desde mi perspectiva, la mejor forma de tener paz mental. Enfocándonos únicamente en nuestra respiración, en la sensación de el aire al entrar y salir por nuestra nariz, logramos poco a poco ir disipando todas las cosas que estén enturbiando nuestra mente. Es impresionante que, sin importar cómo nos sintamos o en qué estemos pensando, si nos esforzamos por poner toda nuestra atención en la sensación al inhalar y exhalar, poco a poco comenzamos a apaciguarnos y a experimentar paz interior.
Y esto no requiere de nosotros que estemos 50 años en posición meditativa; en tan solo un par de minutos, si nos disponemos realmente a dejar todo lo que nos preocupa de lado, podemos lograr un estado de paz mental increíble. ¿Y por qué necesitamos esto para ser felices? Porque no podemos sembrar plantas de felicidad en un terreno en donde hay plagas como los celos, la envidia, el resentimiento, etc. Solo podemos cultivar verdadera felicidad dentro nuestro si aprendemos a identificar las plagas, o los pensamientos negativos que nos hacen sentir mal, y comenzamos a trabajar por disiparles de nuestra mente.
Aprender a dejar de pensar y a conectar con nuestra paz interior es como aprender a hacer cualquier otra cosa: requiere de nuestra parte que invirtamos tiempo y energía. Una sola meditación puede calmarnos en ese momento, pero si lo hacemos una sola vez en mucho tiempo, entonces no podremos disfrutar de los beneficios a largo plazo. Tengo una publicación en la que explico un poco acerca de la meditación y cómo podemos integrar su práctica a nuestra vida. Imagina cada una de tus meditaciones como una fumigación al terreno que es tu mente.
Si fumigamos una sola vez un terreno que lleva varios años con muchas plagas, no podemos esperar que las plagas ya no regresen. Pero si todos los días trabajamos por liberarnos de estas plagas, es un hecho garantizado, que eventualmente nos encontraremos libres de toda negatividad, y podremos disfrutar de una profunda paz que nos permita experimentar felicidad todo el tiempo. Con la meditación podemos darnos cuenta de nuestros patrones de pensamiento, y con la práctica continua, identificamos que hay una razón en específico de por qué tenemos malos hábitos mentales. En la siguiente publicación, hablaré al respecto.
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